EL CIUDADANO GLOBAL QUE AMA LA PAZ
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REVERENDO SUN MYUNG MOON
PREFACIO
Una lluvia de primavera que cayó durante toda la noche le puso fin a la prolongada sequía invernal. Me sentí tan complacido por ello que me pasé la mañana caminando por el jardín. Del suelo subía ese fragante aroma a tierra húmeda que había extrañado durante todo el invierno; en los sauces llorones y en los cerezos aparecían signos de brotes primaverales. Escuchar el sonido intenso de esa nueva vida brotando aquí y allá por todo el jardín. Mi esposa, que había salido detrás mío sin que lo note, de pronto estaba recogiendo pequeños brotes de artemisa que habían logrado asomar sus cabezas por encima de la hierba seca. La lluvia de la noche anterior había convertido al mundo entero en un balsámico jardín de primavera.
No importa cuánta conmoción haya en el
mundo; con marzo, comienza a llegar la primavera. Cuanto más envejezco, más
valoro su llegada al término del invierno y más aprecio a la propia naturaleza,
que trae con la primavera toda su gama de flores a pleno. ¿Pero qué soy yo para
que Dios, en cada estación del año, me obsequie esta vívida alegría que produce
el ver que todo florece, o el ver caer la nieve? Ante ese solo pensamiento, me
brota un desbordante amor que nace en lo más profundo de mi ser y me forma un
nudo en la garganta. Me conmuevo hasta las lágrimas al pensar que todo lo
verdaderamente valioso en la vida lo he recibido sin pagar nada por ello. He
dado varias veces la vuelta al mundo en mis esfuerzos por lograr un mundo de
paz, y sin embargo es aquí, en este jardín primaveral, donde puedo saborear la
verdadera paz. La paz también nos fue dada gratuitamente por Dios, pero la
hemos perdido en alguna parte y ahora no sé por qué pasamos la vida buscándola
en los lugares equivocados.
Para lograr un mundo de paz, he pasado mi
vida yendo a los lugares más humildes y apartados. Conocí a esas madres
africanas que sólo miran con impotencia cómo sus hijos mueren de hambre, y
también me encontré con padres sudamericanos que viven junto a ríos abundantes
en peces, pero que no pueden alimentar a sus hijos porque no lo saben
aprovechar. Todo lo que hice fue compartir con ellos un poco de comida, y a
cambio ellos me brindaron su amor. Embriagado en la fuerza del amor, he
cultivado selva virgen y he plantado, he cortado árboles para construir
escuelas, he pescado para alimentar a niños hambrientos. He sido feliz pescando
toda la noche mientras los mosquitos no cesaban de picarme, e incluso cuando me
hundía hasta las rodillas en el lodo, porque veía desaparecer la sombra de
tristeza de los rostros de mis solitarios vecinos.
En búsqueda del atajo que nos lleve a un
mundo pacífico, me dediqué a inspirar cambios en el pensamiento político y en
el modo de pensar de la gente. Me encontré con el entonces presidente Gorbachov
de la ex Unión Soviética como parte de mis esfuerzos para lograr la
reconciliación entre el comunismo y la democracia, y me encontré con el
entonces Presidente Kim Il Sung de Corea del Norte para debatir seriamente
sobre la manera de traer la paz a la península de Corea. También fui cumpliendo
el rol de un bombero a un Estados Unidos que se derrumba moralmente, para
revivir el espíritu puritano. Estuve absorto en la solución de diversos conflictos
en el mundo. No dudé en entrar en Palestina en momentos en que el terrorismo
era rampante, en aras de la reconciliación entre musulmanes y judíos. He
reunido a miles de judíos, musulmanes y cristianos en un mismo lugar,
proporcionándoles un campo para la reconciliación, y he organizado con ellos
marchas por la paz, si bien los conflictos continúan.
Sin embargo, veo ahora la esperanza de que
en Corea se abran de par en par las puertas hacia un mundo pacífico. Puedo
sentir en cada célula de mi cuerpo que en esta península coreana, forjada en
interminables sufrimientos y en la tragedia de la división, hay una energía
almacenada y a punto de estallar, lo suficientemente poderosa como para
conducir al mundo en lo cultural y en lo económico. Así como nadie puede
impedir que vuelva la primavera, ningún poder humano puede impedir que la
fortuna celestial venga a la península de Corea. Es tiempo de que el pueblo
coreano se prepare en cuerpo y mente para elevarse junto con la ola de la
fortuna celestial.
La sola mención de mi nombre arma revuelo
en el mundo, soy una persona controversial. Nunca busqué dinero ni fama; he
pasado la vida hablando únicamente de la paz, pero el mundo le agregó
diferentes calificativos a mi nombre, me rechazó y me apedreó. Muchos de ellos
no están interesados en saber lo que digo ni lo que hago, simplemente se me
oponen.
He sido encarcelado bajo falsos cargos seis
veces en mi vida, en diferentes gobiernos y fronteras - en la época bajo el
colonialismo del imperio japonés, bajo el régimen comunista de Corea del Norte,
durante el gobierno de Sung Man Rhee en Corea del Sur, e incluso en los Estados
Unidos – pasando por el dolor de que me hayan abandonado en carne viva y
derramando sangre. Hoy, sin embargo, no guardo la más mínima herida en mi
corazón. Ante el verdadero amor, las heridas no son nada; si uno posee amor
verdadero, hasta los enemigos se derriten sin dejar rastro. El verdadero amor
es el impulso del corazón de dar y dar y querer seguir dando. El verdadero amor
es un amor que incluso se olvida del amor que ya dio, y vuelve a dar. He vivido
toda mi vida embriagado en ese amor. No deseaba nada que no fuese amor, y di
todo de mí para compartir ese amor con mis vecinos pobres. El camino del amor
es muy arduo, pero aunque estallase en lágrimas y se me doblasen las rodillas,
fui feliz en dedicar mi corazón a amar a la humanidad.
Todavía hoy me siento lleno de un amor que
aún no he podido dar. Al compartir este libro con el mundo, oro para que este
amor se convierta en un río de paz que riegue la árida tierra. Recientemente,
un número creciente de personas ha estado tratando de saber más sobre mí; para
que les sirva de ayuda, vuelco en este libro un relato sincero de recuerdos
vividos. Debido a las limitaciones en cuanto a la cantidad que puede almacenar
un solo libro, anhelo poder brindarles en otra oportunidad todo lo que me ha
quedado por decir aquí.
Quiero enviarle infinito amor a quien creyó
en mí, se quedó a mi lado, y compartió su vida conmigo, superando tantos
momentos difíciles, mi esposa, Hak Ja Han Moon, a quien le estoy profundamente
agradecido. Por último, quisiera expresar mi más sincero agradecimiento a la
Señora Eun Ju Park, presidente de la editorial KimyeoungSa, Editores Jóvenes,
Inc., que ha volcado toda su sinceridad y dedicación en el proceso de llevar
este libro a la publicación, y para todo su equipo, que derramó mucho sudor
para facilitarle al lector lo complejo de mi libre relato.
Sun Myung Moon
Cheongpyeong, Corea del Sur
1 de marzo 2009
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